¿Es posible perdonar el abuso sexual infantil?

El abuso sexual infantil se ha denominado “el mal absoluto”, y sus consecuencias negativas, a corto y largo plazo, han sido ampliamente documentadas. Además de numerosos problemas psicopatológicos, las consecuencias para la experiencia personal, emocional y conductual de las víctimas se han descrito así: sexualización traumática, estigmatización, impotencia y, si se confiaba en el abusador, sentimiento de traición. Además, cuando el abusador es un clérigo, también se ha descrito la “devastación espiritual” o “la muerte del alma”. Si hubiera algún comportamiento imperdonable, probablemente sería este.

Incluso el simple hecho de plantear la posibilidad del perdón en el abuso sexual infantil es delicado en sí mismo. En ocasiones, los abusadores han utilizado el perdón como un medio para garantizar el silencio de la víctima. La presión de la comunidad sobre la víctima para que perdone puede entenderse como desprecio por su sufrimiento, como una forma de restar importancia a la gravedad o importancia del comportamiento del abusador o como una forma de liberarlo de responsabilidad o de un castigo merecido, lo que hace más probable la revictimización. Cualquier abordaje terapéutico que insista en la necesidad del perdón ha caído una y otra vez en la trampa de negarle al niño el espacio para mostrar el dolor de su infancia; es un intento de cerrar la herida antes de limpiarla o curarla.

Sin embargo, estas consecuencias aparecen cuando se proponen conceptos erróneos de perdón, conceptos que confunden perdón con absolución, con reconciliación o con comportarse como si “aquí no hubiera pasado nada”. Estas formas de entender el perdón no lo liberan a uno del abuso; sólo la perpetúan y facilitan la falta de respeto y la falta de consideración en el futuro hacia la víctima. El abuso prolongado en una relación crea interacciones complejas y coercitivas entre la víctima y el abusador, combinando violencia y dependencia. Los conceptos erróneos sobre el perdón pueden debilitar aún más la capacidad de la víctima para protegerse, haciéndola más vulnerable y facilitando la continuación del abuso. No puedes perdonar de verdad si no puedes perdonar libremente, y esto no sucede hasta que se rompe el círculo de victimización e impotencia en el que vive la víctima, para pasar de víctima a sobreviviente.

El perdón es un concepto complejo, con múltiples dimensiones y posibilidades, y puede ofrecer a las víctimas un recurso valioso para superar su dolor. Aunque el perdón no es esencial para el proceso de curación de una víctima, existen numerosos estudios que han discutido los efectos positivos del perdón en las víctimas de abuso sexual.

Primero, el perdón debe diferenciarse claramente de la reconciliación. El perdón es un proceso individual, un cambio en el corazón (emocionalidad) de la víctima que conduce a la reducción del malestar experimentado frente al evento traumático vivido, contribuyendo así a mitigar y aliviar las emociones negativas (ira, hostilidad, resentimiento, odio, ira, vergüenza, humillación, etc) y pensamientos negativos (pensamientos repetitivos e intrusivos sobre el agresor, la situación o la acción en sí) y reduciendo la tendencia a mostrar comportamiento de evitación o venganza.

La reconciliación es un proceso de dos partes que tiene como objetivo restaurar las relaciones y la confianza. No todos los procesos de perdón involucran reconciliación. Si no diferenciamos bien los dos procesos cuando consideramos la posibilidad del perdón, la víctima puede renunciar al perdón, pensando que implica volver a relacionarse con el abusador.

El perdón sin reconciliación surge en situaciones en las que no hay garantía de que la infracción no se repita o en situaciones en las que la relación no es igual y, por tanto, la verdadera reconciliación es imposible.

La reanudación de la relación con el agresor solo podría plantearse, según algunos autores, cuando existen indicadores de arrepentimiento genuino por parte del agresor: asumir la plena responsabilidad del abuso (confesar), reconocer el magnitud del daño causado a la víctima, mostrar remordimiento por causarlo, mostrar respeto por la víctima al establecer límites para que el abuso no vuelva a ocurrir y tomar medidas para cambiar los patrones de comportamiento disruptivo que llevaron al abuso.

En segundo lugar, el perdón no debe confundirse con la ausencia de la necesidad de justicia. El verdadero perdón no interrumpe el proceso de justicia ni elimina el castigo que el abusador merece por su conducta. Puedes perdonar y aun así buscar justicia. Recordemos que el perdón ocurre dentro de la víctima y la libera del odio y el sufrimiento posteriores a la ofensa. Los procesos de juicio y condena del abusador por su conducta son independientes de este proceso. Una estrategia desequilibrada de búsqueda de la compasión podría suponer una especie de perdón que ignora la justicia.

En tercer lugar, el perdón puede entenderse como un proceso exclusivamente individual, que la persona ofendida atraviesa de manera incondicional, unidireccional, sin la participación del infractor, o puede entenderse como un proceso de dos personas, en el que se deben establecer las condiciones para el abusador, para que el perdón sea posible (normalmente, la admisión de responsabilidad, una demostración de arrepentimiento y alguna conducta reparadora). Este perdón negociado ha sido defendido como el perdón apropiado para las víctimas de abuso sexual infantil. Para este autor, el perdón no es unidireccional, incondicional o individual, sino que ocurre en un contexto interpersonal y requiere condiciones.

Por último, es valioso señalar algunos elementos esenciales para plantear el trabajo sobre el perdón con las víctimas de abuso. Específicamente, se sugiere que se consideren las siguientes recomendaciones.

  1. Recuerda que el perdón es un proceso difícil, largo y lento, por lo que es recomendable tomarse el tiempo necesario y no apresurar los procesos.
  2. Es importante validar los sentimientos que expresan las víctimas sin culparlas, ofreciendo apoyo.
  3. En algún momento, las víctimas deben aceptar que el delito ha ocurrido y que es parte de sus propias vidas; no se trata de intentar actuar “como si nada hubiera pasado” y olvidarlo, sino de encontrarle un lugar y poder seguir viviendo. El proceso de recuperación incluye encontrar esperanza en el futuro y sentido a la vida.
  4. Es importante superar la impotencia y la falta de control y facilitar la responsabilidad de la propia vida, del futuro.
  5. Es fundamental que las víctimas establezcan límites, decidan sobre las personas que quieren en sus vidas y cómo quieren que esas personas las traten.
  6. El perdón a uno mismo es un paso fundamental en la recuperación de las víctimas; ayuda a las víctimas a comprender que ellos no son el problema, sino que el problema es el comportamiento extremadamente incorrecto e injusto del agresor y la confusión generada.
  7. Si las víctimas dicen que pueden considerar la posibilidad de reconciliación, pregunte si lo hacen de manera realista, con expectativas ajustadas sobre el agresor.
  8. Finalmente, cuidado con la presión social, la existencia de normas inflexibles y las expectativas de las víctimas que les hayan podido comunicar, por ejemplo, que el abuso es imperdonable, que deben olvidar el abuso y no hablar de él, que deben perdonar para proteger el integridad de la familia o de la comunidad, o que deben ser “la víctima eterna” y no perdonar nunca para dejar clara la gravedad de la infracción.

El perdón se puede proponer como una herramienta para ayudar y sanar el dolor y el sufrimiento de las víctimas de abuso sexual infantil, pero siempre con mucho cuidado al ofrecerlo, evitando transmitir a las víctimas cualquier tipo de obligación moral y manteniendo un concepto de perdón que respete la justicia que los protege.

 

Fuente: María Prieto – Ursua. Departamento de Psicología, Universidad Pontificia Comillas de Madrid, Madrid, España